Por
las mañanas, la niebla emerge del mar desde los acantilados más allá de
Kingsport. Blanca y plumosa, proviene de las profundidades al encuentro
de sus hermanas las nubes, llena de sueños de praderas húmedas y
cavernas de leviatanes. Y más tarde, en un verano de quietud, la lluvia cae sobre los empinados tejados de los poetas, las
nubes dispersan pedacitos de esos sueños, de forma que los hombres no
vivan sin rumores de antiguos y extranos secretos y maravillas que los
planetas cuentan en la soledad de la noche. Cuando las grutas de los
tritones resuenan con historias, y en ciudades de algas marinas las
caracolas soplan melodías enloquecedoras que aprendieron de los
Primigenios, los grandes bancos de niebla se alzan hacia el cielo
cargados de sabiduría, y hay ojos en la orilla que miran al mar y solo
ven una blancura mística, como si el borde del precipicio fuera el borde
de toda la tierra, y las solemnes campanas de las balizas doblaran
flotantes en un éter feérico.
-"La Extraña Casa en la Niebla", por H.P. Lovecraft.
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